Un nuevo estudio de investigadores liderado por investigadores del Instituto de Neurología de Londres demuestra que los cambios en el clima causados por el calentamiento global aumentan la frecuencia de las crisis en personas con epilepsia.
El calentamiento global es un fenómeno que lleva años variando el clima de la Tierra. Las consecuencias de esta rápida amenaza son cambios extremos en la temperatura, precipitaciones, nubosidades, vientos… Pero existen otras consecuencias del cambio climático. Cuando los sistemas socioeconómicos se ven afectados al no estar preparados para climas severos, la salud de muchas personas se ve indirectamente perjudicada. Por ejemplo, unas lluvias torrenciales pueden destruir los sistemas de subsistencia de una región, o una gran sequía puede llevar al límite la disponibilidad de agua de un país. Debemos concienciarnos sobre este problema porque está más presente de lo que pueda parecer.
Estos investigadores, mediante la recopilación de datos de artículos científicos ya publicados, han visto que la aparición de convulsiones se ve afectada por cambios en la temperatura, la humedad o la exposición a la luz. Por ejemplo, temperaturas o presiones atmosféricas inusualmente bajas o una alta humedad para una región podrían desencadenar crisis epilépticas.
Por otro lado, el estrés, la fatiga y la privación del sueño son factores muy comunes que desencadenan crisis. Los cambios socioeconómicos que provoca el cambio climático pueden afectar a estos factores empeorando sus consecuencias. El estrés desencadena crisis epilépticas en más del 80% de las personas con epilepsia. Los fenómenos meteorológicos extremos, los cambios de las precipitaciones, las inundaciones, las sequías y los incendios forestales aumentan los niveles de estrés, a su vez aumentando los trastornos del sueño, del estado de ánimo y de estrés postraumático. Además, el aumento de las temperaturas nocturnas afecta a los patrones de sueño porque los que duermen mal sufren aún más fatiga. Por tanto, cuando el cambio climático induce estrés, fatiga y la privación del sueño, puede poner a muchas personas con epilepsia en riesgo.
Aparte de estos riesgos, el cambio climático puede aumentar la incidencia de la epilepsia debido a la propagación de enfermedades transmitidas por vectores (parásitos, bacterias o virus) e infecciones. La malaria, la neurocisticercosis o infecciones transmitidas por garrapatas se asocian con convulsiones febriles y agudas. Es muy probable que el aumento de la temperatura y la humedad ―como consecuencia del cambio climático― aumente la incidencia y la prevalencia de la epilepsia al facilitar la expansión de estas enfermedades.
Asimismo, los cambios climáticos bruscos pueden aumentar la viscosidad de la sangre, la presión arterial y la reactividad de las plaquetas. Es necesario destacar que la mayor parte del aumento de mortalidad relacionado con el clima se atribuye a los trastornos cardiovasculares y respiratorios, comunes de la epilepsia.
Las crisis epilépticas también se han visto potenciadas después de traumatismos cerebrales. El cambio climático está provocando peligros naturales inesperados (huracanes, tifones, tornados y deslizamientos de tierra) que, si dan lugar a lesiones cerebrales traumáticas por fracturas por compresión, aplastamiento o heridas penetrantes, pueden provocar convulsiones sintomáticas agudas o epilepsia crónica postraumática.
Por último, las variantes genéticas de cada persona influyen en su capacidad termorreguladora. El calentamiento global podría empeorar las crisis en personas con epilepsia sensibles a la temperatura corporal, como los pacientes con síndrome de Dravet. La genética humana es incapaz de adaptarse lo suficientemente rápido al calentamiento global. Por lo tanto, los climas extremos son un riesgo para las personas con epilepsia si su capacidad para la termorregulación se ve comprometida.
Es importante tener en cuenta que el cambio climático también afecta a los medicamentos antiepilépticos. Estos fármacos pueden funcionar de forma diferente según las condiciones climáticas porque su estabilidad y farmacocinética puede variar según la temperatura, la humedad y/o los ritmos circadianos. Por ejemplo, el aumento de la temperatura ambiental, con el consiguiente aumento del sudor corporal, puede modificar los niveles de algunos medicamentos en el cuerpo, como ocurre con el fenobarbital, la difenilhidantoína, el ácido valproico y la carbamazepina.
En conclusión, el cambio climático probablemente aumentará la gravedad y la frecuencia de las crisis epilépticas, lo que podría hacer que muchas personas con epilepsia corrieran un mayor riesgo de sufrir ataques y sus comorbilidades neurológicas y sistémicas asociadas. El impacto del cambio climático en la epilepsia es probable que sea complejo, y no solo directamente a través de los cambios de temperatura; también hay que tener en cuenta las consecuencias indirectas, como los efectos sobre el aumento del estrés, la reducción de la disponibilidad de asistencia sanitaria y el suministro de medicamentos.